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Su trabajo no es caer bien

La utopía de la caricatura edulcorada

Publicado: 2015-01-09


La caricatura, como otras formas de expresión artística, le sirve a una sociedad también para purgar sus peores facetas y sus odios, que existen, que siempre han existido; y ha asumido su papel de ser desde la dulce expresión de la inocencia racional y fría frente a un mundo profundamente desigual, como Mafalda, hasta el agrio y recriminador retrato de los extremos más podridos del mundo como las viñetas de Charlie Hebdo.

He visto llamar a los caricaturistas de Charlie Hebdo incluso “suicidas”, como si ellos hubieran determinado el calibre de las balas con la tinta de sus plumas y sigo pensando que no es posible que se deba evitar criticar a alguien por temor a que aquel vaya y lo asesine. El solo hecho de callar no hace que tolere o aprecie al otro y la sociedad no puede regirse por parámetros implantados por el miedo. Puedo alentar a alguien a que no degrade a aquel de quien se va a referir, a que no lo deshumanice, a que no lo vea como otro totalmente ajeno y por tanto incomprensible; pero no puedo explicar un crimen sirviéndome del solo factor de la indignación ante viñetas que se consideran ofensivas; y definitivamente no puedo llamar suicidas a quienes las crean cargando en ellos la culpa por sus muertes.

Pensemos en todos aquellos caricaturistas latinoamericanos que más de una vez han retratado no sólo el catolicismo más conservador sino también las peores dictaduras, a los más grandes mafiosos y los fanáticos más extraños de formas claramente ofensivas. Si un asesino acaba con la vida de alguno de ellos (y no han faltado cuando menos intentos) yo salgo a las calles y me indigno, en la misma medida en la que me indigno por el atentado contra Charlie Hebdo en París.

No podemos censurar una de las pocas formas no criminales que nos quedan para confrontarnos abiertamente. La censura es también una forma de exterminio y afirmar que un caricaturista no debe dibujar, un escritor no debe escribir o una persona no debe expresarse en salvaguarda de su propia vida es equivalente a renunciar a las principales garantías de la democracia y es equivalente a borrar las ideas sin siquiera haber pensado en ellas, sin habernos dado el tiempo incluso de discutirlas. Necesitamos ser capaces de defender cuando menos los principios democráticos fundamentales; porque éstos, nos sostienen en mayor o menor medida ante la posibilidad, no tan remota, de ser seres indefensos en un mundo salvaje y ruin en el que nuestra función vital termine siendo el solo hecho de sobrevivir. No podemos censurar a quien articula sus discrepancias para con aquello que considera erróneo, aquello que podría incluso detestar. No podemos reducirnos a eliminar al otro en vista una ofensa, de la misma forma en la que no podemos responder a la violencia con más violencia.

Puede o no gustarnos Charlie Hebdo; puede o no gustarnos aquella caricatura que hiere susceptibilidades. La caricatura, como otras formas de expresión, juega un rol social y político importante y su trabajo no es gustarnos ni caernos bien; ella debe causar reacciones, seguramente de las más diversas, pero ninguna de éstas debería ser la simple supresión violenta.


Escrito por

Fabiola Arce

Politóloga, activista, migrante habitual


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